Fotografías con historias para contar

Fotógrafo desconocido. Retrato de una familia en un pueblo de Cantabria a finales del siglo XIX.
Presencias y ausencias compartidas en la memoria social de la fotografía
Tengo un enorme cariño a esta fotografía, tomada a finales del siglo XIX en un pueblo de Cantabria. Tal vez en Liébana, aunque no estoy muy seguro. La descubrí gracias a mi buen amigo Alejandro Quintana en 1987, cuando ya habíamos cerrado el libro "Cien Años de Fotografía en Cantabria" donde no pudo ser publicada porque apareció tarde. Desde entonces la he mostrado en ocasiones en alguna de mis conferencias sobre el valor de la fotografía como memoria social.
La imagen, esta vez si, que habla bastante por si misma, lo que no es siempre habitual incluso en algo tan aparentemente objetivo como es una fotografía. La escena, si tuviera que explicarla,  podemos resumirla así: un fotógrafo ha llegado a una pequeña localidad de mi tierra, Cantabria, en el norte de España, y una familia le ha encargado una foto de grupo y "todos" han posado para dejar constancia y memoria de su presencia. Y cuando digo todos, el adverbio es correcto, pues se han colocado ante la cámara los presentes y los ausentes, estos últimos en forma de recuerdo gráfico, pero, gracias a los cuadros en los que aparecen,  en el conjunto fotográfico de la toma, también los ausentes vuelven a tomar carta de presencia.
Es muy llamativa también la figura, casi fuera de plano de esa persona que mira a la cámara y se integra en la escena, tal vez, no forma parte de la familia, o tal vez su pertenencia a ella tiene otra categoría, pues es extraño que el fotógrafo no cortara esa parte de la imagen en el copiado final.
No es fácil encontrar una imagen más explícita que ésta de lo que significa socialmente la fotografía como valor cultural de la memoria, en este caso de la memoria familiar. Ausencia y presencia se dan cita en el mismo espacio fotográfico y es de una tierna ingenuidad el envaramiento de algunos de los retratados, que nos indica su escasa relación con la toma fotográfica, algo que no se daba ya en esta época las poses urbanas protagonizadas por personas más acostumbradas a los ritos del retrato.


Santanderinos de 1861 esperando ver a la Reina Isabel II en su primera visita a Santander
Nos encontramos en el verano de 1861, estamos en las afueras de la ciudad de Santander, es decir, en lo que hoy es la calle de San Fernando y junto a un arco de triunfo, contemplamos a  muchos santanderinos de entonces que con toda la paciencia del mundo, están esperando la llegada a la ciudad de la reina Isabel II, y su séquito. Un  verdadero acontecimiento histórico.
Fotógrafo desconocido. Visita de la Reina Isabel II en 1861
La fotografía era todavía una técnica muy joven y tenía grandes dificultades para captar las escenas si no había mucha luz y todos los fotografiados no se quedaban quietos un largo rato, una cosa que era imposible entre tanta gente que esperaba impaciente a ser testigo de nada menos que la llegada de la reina de España de entonces. Por eso la fotografía está tan borrosa, pero, a pesar de sus defiencias es una imagen de gran valor histórico y documental para la historia de Cantabria.
Ahora conocemos a los reyes y a las personalidades por la prensa y la televisión, sus rostros nos resultan familiares, pero en aquella época apenas había iconos, tan solo algunas pinturas y algunos dibujos que de tanto en tanto publicaba la prensa pero que no estaban al alcance de todos. En esos años apenas un diez por ciento de la población sabía leer y escribir por lo que los periódicos estaban en manos de unos pocos privilegiados.
La fotografía de los santanderinos esperando a Isabel II la hizo un fotógrafo del que no sabemos el nombre, pero es un testimonio de una época muy distinta a la nuestra, en la que las personas vestían y vivían de un modo muy diferente al que ahora lo hacemos.

¿Porqué se hacían fotos a los muertos 
en el siglo XIX?

Fotografía en un estudio de una niña muerta. Hacia 1865.  (Colección Samot. Santander)
Muchos espectadores se sorprendieron y otros se quedaron horrorizados cuando en la película "Los Otros" de Alejandro Amenabar aparecieron unas escenas con fotografías de personas muertas. Parecía una broma macabra, pero lo cierto es que Amenabar mostraba una realidad que los que nos dedicamos a estudiar las imágenes y su historia conocemos muy bien.
En las colecciones fotográficas del siglo XIX es muy frecuente encontrarse con fotografías de muertos de diferentes edades, aunque los más habituales son las de los niños y las de las niñas, algunas, como la que publico aquí, que pertenece a la colección Samot de Santander aunque es una imagen tomada en Segovia, la niña parece dormida, aunque su rigidez  no puede ocultar que se trata de una niña muerta. En otros casos es el padre o la madre quien sujeta en brazos al pequeño, y existen otras imágenes fotográficas en que se los adorna con flores o se intenta dar la sensación de que aun están vivos.
¿Eran los fotógrafos del siglo XIX unos morbosos? Esa sería una pregunta y otra también pertinente: ¿Porqué en aquella época se prestaban a esa horrible costumbre de fotografiar a los muertos en el estudio? Además, existen anuncios de fotógrafos en la prensa de aquel tiempo, en los que se ofrecían a ir a los domicilios particulares a realizar las tomas para evitar tener que llevar al muerto al estudio fotográfico. Algo que hoy nos parece del todo incomprensible.
Vayamos por partes. En primer lugar nuestra época y la del siglo XIX son muy diferentes en muchas cosas, y valores que estaban instituidos entonces como naturales hoy nos parecen sumamente extraños. Mientras que nosotros hemos alejado de nuestra cotidianeidad a la muerte, llevándola a lugares ocultos de la vista de todos, como pueden ser los hospitales, en el siglo XIX nacer y sobre todo morir formaba parte de un devenir que era más visible que en nuestro tiempo. No debemos olvidar que era un tiempo de una altísima mortalidad que se compensaba con una también muy alta natalidad. La vida y la muerte no eran extrañas en la experiencia de las personas cada día.
Además por aquellos años había ocurrido otra cosa de una enorme importancia; la fotografía como tecnología gráfica nacida en ese siglo de tantos y tantos nuevos inventos, trajo consigo inéditos hábitos culturales, y, entre ellos, uno de gran importancia era reflejar en el álbum familiar a todos los miembros de una familia, que entonces era extensa y no nuclear como lo es en nuestro tiempo.
Por lo tanto, si la presencia de la muerte era cotidiana, y una de las tareas sociales de la fotografía era la de compilar un recuerdo visual de la familia en un álbum que se guardaba y sobre todo se contemplaba en ocasiones especiales, era comprensible que si uno de sus miembros moría antes de haber sido fotografiado, se intentase tener un reflejo fotográfico de su presencia antes de su desaparición definitiva.
Esta es la verdadera y única razón de las fotografías de muertos del siglo XIX, y cuando un historiador contempla estas imágenes, se encuentra en muchas ocasiones que en los reversos de las fotos hay inscripciones como: "fulanito de tal, 1 año, tres meses y seis días". Es decir, un miembro malogrado de la familia, que no por haber muerto tempranamente no merecía formar parte de su memoria visual en el preciado álbum.
Sin embargo nuestra sensibilidad actual hace dificil ver estas imágenes sin que nos provoquen una cierta desazón. Es algo que sin duda también les ocurre a los forenses, por mucha costumbre que tengan, cuando contemplan a los cuerpos muertos en la camilla. Una cosa es la percepción racional de las cosas y otra bien distinta es la extraña sensación que a los humanos nos produce la muerte.
Nos contaba en una ocasión Angel Fuentes en un seminario que impartió, que cuando se formó en el Instituto de las Imágenes de Rochester le tocó durante un tiempo catalogar la colección de fotografías de muertos que el Centro conservaba y que durante algunas noches soñó con algunas de aquellas imágenes. Ángel Fuentes es el mejor conservador y restaurador de procesos fotográficos que tenemos en España, de su inteligente y extenso magisterio han salido varias generaciones de expertos y a él como a otros  contemplar las imágenes y entenderlas forma parte de nuestro trabajo profesional. Pero son muy reveladoras sus palabras, porque la fotografía no dejamos de verla, a pesar de todo, como un espejo congelado de la vida, y en el caso de este tipo de imágenes, la presencia de la muerte sobre una imágen que ha sido detenida en su devenir, es, ciertamente, muy inquietante.